martes, 28 de julio de 2015

EL MALABARISTA EN EL SEMÁFORO

EL MALABARISTA EN EL SEMÁFORO

Aquel día me desperté con mucha flojera y renegando. Con trabajo pude deshacerme de las cobijas. Me dirigí al baño arrastrando los pies mientras maldecía el tener que levantarme de la cama sin poder quedarme en ella todo el día.

Desayuné con los ojos tan cerrados como mi mente. Tal pereza me dominaba, que por no meter el pan en el tostador, preferí comerlo frío y beber la leche directamente de la botella. ¿Por qué tener que trabajar? Esa sí era una verdadera maldición!

Salí de mi casa en dirección a la oficina en mi vehículo con asientos de piel y calefacción, observando en el camino el pavimento humedecido por la lluvia, mientras refunfuñaba porque estaba lloviendo, igual que lo hacía cuando había sol, nubes, viento, gente...

El semáforo marcó el alto y, de pronto, como un rayo, se colocó frente a todos los automóviles algo que parecía un bulto. Por curiosidad abrí más mis ojos somnolientos y pude descubrir que era un joven montado en un pequeño carro de madera. Aquel hombre no tenía piernas y le faltaba un brazo. Sin embargo,  con su mano izquierda lograba conducir el pequeño vehículo y manejar con maestría un conjunto de pelotas con las que hacía malabares.

Las ventanillas de los automóviles se abrían para darle una moneda al malabarista, el cual mostraba un pequeño letrero sobre el pecho.  Cuando se acercó a mi auto pude leerlo: "Gracias por ayudarme a sostener a mi hermano paralítico". Con su mano izquierda señaló hacia la banqueta y ahí pude ver a su hermano, sentado en una silla de ruedas colocada frente a un atril que sostenía un lienzo, en el cual estaba pintando algo con un pincel que manejaba con su boca.

El malabarista, al ver el asombro de mi cara, me dijo:
- ¿Verdad que mi hermano es un artista? Por eso escribió esa frase sobre el respaldo de su silla.

Entonces leí la frase que decía:
- "Gracias Señor por los dones que nos das. Contigo no nos falta nada".

Recibí un fuerte golpe en mi interior mientras este hombre se retiraba. Y así como el semáforo de la calle pasó del color rojo al verde, mi "semáforo" interior también cambió desde aquel día: Nunca más me volví a dejar paralizar por la luz roja de la pereza, ni volví a renegar por lo que no aceptaba. Ahora trato de mantener la luz verde y realizar mis trabajos y actividades con renovada energía.

Ante aquellos jóvenes de la calle, aquel día descubrí que yo era el paralítico. Desde aquel mismo día, nunca he dejado de agradecer. Cada día lo bendigo por haberme enseñado a decir:


"Gracias Señor por los dones que me das. Contigo no me falta nada"

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