miércoles, 29 de julio de 2015

LA PERLA INCOMPARABLE

LA PERLA INCOMPARABLE

David Morse -un misionero que se había establecido en la costa occidental de la India, para predicar a la gente de allí las buenas nuevas de la salvación por Jesucristo- conversaba con un viejo pescador de perlas, en quien el misionero se interesaba desde que lo conoció, tratando de señalarle el camino de la salvación. El pescador, cuyo nombre era Rambhau, acababa de emer­ger del agua sosteniendo entre sus dientes una gran madre­perla, que abrió rápidamente para extraer una magnífica perla.
-¡Qué hallazgo, Rambhau! ¡Esto representa una fortuna! ­
Como respuesta, el pescador encogió los hom­bros, restándole importancia.
            -¿Qué sucede?, ¿has hallado alguna más hermosa?
            -¡Oh, sí! Yo tengo una...
El pescador permane­ció unos momentos en silencio y luego, con voz quebrantada, dijo:
-Mire, ésta tiene algunos defectos: una mancha aquí, una leve hendidura acá y además está un poco alargada.­  Sin duda es hermosa, pero existen mejores.
-¡Eres demasiado exigente -exclamó David Morse-; yo la encuentro perfecta!
-Sin embargo -dijo Rambhau-, es como lo que usted enseña en sus predica­ciones: Las personas se miran a sí mismas y se ven perfectas, pero Dios las ve tal como son realmente.
La conversación prosiguió mientras los dos iban hacia la ciudad por una ruta polvorienta.
-Tienes razón, Rambhau. ¿No ves que Dios, quien declara que ningún hombre es justo para estar delante de él, ofrece una justicia perfecta a todos los que creen simplemente su Palabra y aceptan su salva­ción gratuita?
-No, yo no puedo creerlo. A menudo le dije que pienso que eso sería demasia­do fácil. Quizá yo sea dema­siado orgulloso, pero es necesario que gane mi lugar en el cielo. De otra manera yo no me sentiría satisfecho.
-Pero, Rambhau -respondió David Morse, que oraba por él desde hacía años-, ¡jamás podrás ir al cielo de esta manera! Hay un solo camino y éste no es el de las obras. Sólo Cristo es el camino.  Mira, tú ya eres anciano, y quizás ésta puede ser tu última temporada de pesca de perlas. Para que las puertas del cielo se abran para ti, te es necesario aceptar la nueva vida que Dios te ofrece en su Hijo Jesucristo.
-Es verdad, éste es mi último día de pesca de la temporada. Ya llega el fin del año y tengo que hacer los preparativos para el que viene.

-Pero, sobre todo, deberías prepararte para tu porvenir eterno.
-Justamente. ¿Ve usted a ese hombre allí abajo? Es un peregrino que, con sus pies desnudos, camina sobre las piedras más puntiagudas y se detiene cada tres o cuatro pasos para arrodillarse y besar el suelo. Yo también quiero comenzar mi peregrinaje el primer día del año e ir a Delhi andando de rodillas. Toda mi vida proyecté esto. De esa manera voy a asegurar mi entrada al cielo.
-¡Hasta Delhi! ¡Pero está a más de mil kilómetros de aquí, y a tu edad no lo podrás resistir!
-No importa, es necesario que yo vaya. Sufriré, pero mi sufrimiento será dulce, pues por ese medio ganaré el cielo.
-Pero Rambhau, amigo mío, no hagas eso, te lo suplico. ¡Jesucristo murió para obtener tu entrada al cielo!
El anciano pescador sacudió la cabeza, y dijo:
-En este mundo yo no tengo a nadie más querido que usted, sahib Morse. Usted se preocupa por mí desde hace muchos años; me cuidó cuando estuve enfermo y me ayudó proveyendo a mis necesidades. Pero nadie, ni aun usted, podrá quitarme el gran deseo de obtener la vida eterna. Es necesario que yo vaya a Delhi...
Algunos días después, Rambhau llamó a la puerta del misionero, y dijo:
-Necesito que usted venga a mi casa unos momen­tos. Tengo algo que quiero mostrarle.
-Voy, con mucho gusto -respondió Morse. Pero cuando se acercaban a la casa se estremeció, pues el viejo pescador le dijo:
              -Dentro de ocho días parto para Delhi.
Rambhau hizo sentar a su amigo misionero en la silla donde muchas veces éste le había explicado, aunque en vano, cuál es el único medio para obtener la salvación, luego salió del cuarto y volvió con un pequeño cofre en sus manos, diciendo:
-Aquí guardo, desde hace muchos años, algo de lo que quiero hablarle. Usted no lo sabe, pero yo tuve un hijo. Él era un pescador de perlas; el . mejor entre todos los buscadores de perlas en las costas de la India. Se zambullía admirablemente, tenía la mirada más aguda, los brazos más fuertes, pulmones que le permitían soportar las apneas más largas. Era mi gozo y mi orgullo. Soñaba con hallar una perla más hermosa que todas las que habían sido encontradas antes; y, un día, él la halló. Pero para obtenerla se esforzó demasiado tiempo bajo el agua... Su corazón no resistió y poco después murió.
El anciano inclinó la cabeza y, sacudido por la emoción, permaneció unos momentos trémulo y en silencio. Luego dijo:
-Desde entonces he guardado esta perla; pero ahora me voy. Y ¿quién sabe si volveré? Así que yo quiero darle mi perla a usted, mi mejor amigo...
Rambhau abrió el cofre y, del paño de guata que la envolvía, retiró lentamente una perla gigante, que tenía un brillo incomparable y, sin duda, de un valor fabuloso. El misionero quedó atónito; después dijo:          .
            -¡Qué maravilla, Rambhau!
            -Sí, es perfecta.
En ese momento, a Morse se le ocurrió algo; miró con vivacidad a su amigo y le dijo:
-Rambhau, ésta es una perla extraordinaria.  Quiero comprártela. Te ofrezco mil dólares.
            -¡Oh, sahib Morse, qué me quiere decir!
-Te doy quince mil o más. Si fuese necesario trabajaré para comprártela.
-¡No, Sahib Morse -dijo Rambhau, con mucha indignación-, en el mundo no existe nadie que sea tan rico y tenga lo suficiente para poder pagar el valor que ella tiene para mí! Yo no la vendería ni por dos millones. No la tengo en venta. Usted podrá poseerla únicamente si yo se la regalo.
-No, Rambhau, yo no puedo recibirla de esta manera. A pesar de que la deseo ardientemente, no puedo aceptada así. Quizá yo sea muy orgulloso, pero poseerla de este modo sería demasiado fácil.
-Parece que usted no comprende. ¿No se da cuenta? Mi hijo, mi único hijo, dio su vida para adquirir esta perla, y yo no la vendería a ningún precio. Lo que le da valor es la vida de mi hijo. Yo no puedo vendérsela; ¡pero puedo y quiero obsequiársela! ¡Acéptela como una prueba de mi afecto por usted!
Muy conmovido, el misionero no pudo responder durante unos instantes. Luego tomó la mano del anciano y, dulcemente, le dijo:
-Rambhau, ¿cómo no lo llegas a comprender? Lo que te acabo de expresar es exactamente lo que tú dices a Dios; y lo que me quieres hacer comprender es lo que Dios no deja de decirte...

El pescador de perlas fijó su mirada interrogadora sobre su amigo y la mantuvo así largo tiempo. Lentamente comenzó a comprender. El misionero prosiguió:
-Dios te ofrece la salvación como una dádiva, un don gratuito. Es tan grande y de tal valor, que ningún hombre en el mundo entero podría comprarla. Centenares de millones no bastarían. Nadie es lo suficientemente bueno para merecerla. Por eso Dios te ofrece entrar al cielo gratuitamente, porque el costo para que esto fuese posible fue la vida de su Único Hijo. Tú no podrías ganarte la salvación, ni siquiera dedicándote a ello durante millares de años, si estuviera a tu alcance, ni aun haciendo centenares de peregrinajes. Todo lo que puedes hacer es aceptarlo. Rambhau, yo acepto tu perla con humildad y pidiendo a Dios que me haga digno de tu afecto. Pero tú, ¿no quieres aceptar con humildad el gran don de Dios, sabiendo que fue necesaria la muerte de su Hijo para que él pueda ofrecértelo?
Por las mejillas del anciano comenzaron a correr algunas lágrimas; luego dijo:
-¡Sí, ahora veo! Ya hace dos años que comprendí el valor de la enseñanza de Jesús, y creo en Él, pero no podía aceptar una salvación gratuita. Ahora entiendo que hay dos cosas que no pueden ser compradas ni ganadas, y a las cuales no se les puede fijar un precio. ¡Recibo con gratitud el don de Dios!

"Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna".
(Juan 3: 16).

“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios. No por obras, para que nadie se gloríe”.
(Efesios 2:8-9)

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Dios a su Hijo nos ha dado, lleno de gracia y amor; Jesucristo se ha entregado para ser el Salvador.

¡Oh, qué amor tan grande y puro ya nos reveló Jesús! Al sufrir el castigo duro, enclavado en una cruz.


Satisfecha la justicia, es librado el pecador; para él ya no hay más condena, goza de Dios el favor.

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